Autor: Cecilia Vernieri

22Jun

El Origen

El origen de la destilación se pierde en la oscuridad de los tiempos. Se sabe que los egipcios habían perfeccionado el método de destilación con vasijas de barro para obtener esencias aromáticas.

Fue el vínculo entre el mundo árabe y los monjes cristianos medievales, lo que determinó el inicio de la destilación en Europa. Claro que en sus inicios, este proceso tenía por objeto la creación de brebajes medicinales.

Cuenta la leyenda que fue el propio San Patricio quien en el siglo V de nuestra era, llevó el arte de la destilación a las islas Británicas. Concretamente a Irlanda.

La destilación siempre estuvo vinculada con la disponibilidad de cereales y frutos cuyo contenido de glucosa permitiese su fermentación para la obtención de alcohol. De modo que la abundancia de cebada determinó el tipo de destilado de esa región.

El destilado de la cebada, áspero y con la rudeza de aquellos tiempos, no era más que una medicina con la capacidad de curar todos los males. Se denominaba en gaélico irlandes “uisque beatha”, o “acqua vitae”. Esto es “agua de vida”.

No fue sino hasta el siglo XII cuando las tropas británicas del Rey Enrique II invadió Irlanda que ese destilado trascendió sus fronteras. Los soldados probaron el brebaje y les agradó profundamente. Allí no solo cruzó el canal para llegar a Gran Bretaña, sino que también su nombre empezó a mutar. La mala pronunciación del término, derivó primero en “Fuisque”, luego “Isque”, y finalmente “Whisky”. 

Según la leyenda, los gigantes habitantes de Irlanda, cruzaron el mar llevando en sus hombros las barricas con el agua de vida. Y la entregaron a sus hermanos escoceses invitándolos a beber.

Si bien hay registros de que los irlandeses fueron los precursores en la elaboración del whisky, el primer registro oficial data de 1494, cuando el monje escocés John Corr, solicitó la compra de ocho bolls de cebada para realizar “acqua vitae”. A partir de ello, los escoceses se atribuyen el origen del whisky, pero una comisión real en los primeros años del siglo XX, determinó que el Whisky es irlandés o escocés según donde se hubiera realizado.

Cuando en el siglo XVII los ingleses se apoderaron de Escocia, impusieron enormes impuestos que resultaban insostenibles para la producción legal del destilado. Y luego de la batalla de Culloden, cuando los escoceses intentaron en vano recuperar su libertad e instaurar en el trono británico al último de los Estuardo, Inglaterra impuso determinadas restricciones que volvieron inviable la posibilidad de realizar whisky de calidad. Los destiladores ilegales, se instalaron en las Tierras Altas, en lugares remotos, escarpados, en donde no pudieran llegar los recaudadores de impuestos de la corona. En cambio, en las Tierras Bajas siguieron funcionando destilerías legales que solo podían sobrevivir produciendo whiskies de muy mala calidad.

En 1823 se ajustaron las cargas impositivas a la realidad, y a partir de entonces, los destiladores clandestinos se convirtieron en los señores del whisky. 

El irlandes Aeneas Coffey inventó la destilación continua, que permitía destilar en forma ininterrumpida grandes cantidades de fermentos de distintos cereales. A bajo costo y a gran escala. Los impuestos que aún persistían sobre los whiskies de maltas, y la inconsistencia de estos productos entre una tanda de elaboración y otra, dio vida a la mezcla de whiskies. Con el punta pie inicial de Usher, seguido por los primeros maestros mezcladores: Walker, Grants, los hermanos Chivas, Justerini y Brooks, Patisson, entre otros, dieron vida a una nueva era.

Para 1870, se permitió a los mezcladores embotellar sus productos, pues hasta entonces solo podían vender sus barricas. Con el embotellado surgieron las etiquetas, con las etiquetas, las marcas, con las marcas la publicidad, y con la publicidad el prestigio.

Los irlandeses rechazaron el invento de su compatriota Coffey, pues no estaban dispuestos a mezclar sus delicados whiskies de maltas, con alcoholes de grano que no consideraban whisky.

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